viernes, 31 de octubre de 2014

El amor en base a la física cuántica

El amor en base a la física cuántica



El amor…

Se ha descrito como un pájaro que apenas se posa ya alza el vuelo, como un niño que juega a lanzar flechas con los ojos vendados, como mariposas en el estómago… Imágenes, poesía…


El amor no es ilógico, simplemente no lo entendemos y nos empeñamos en hacerlo. A ver… listillos ¿alguno de vosotros comprende la teoría de la relatividad? No mintáis, que somos de letras jajaja. Albert Einstein la desarrolló y la lanzó al mundo intentando explicar una serie de fenómenos que bien podrían dado de sí varios programas de Iker Jiménez. No entendemos sus fórmulas, pero las vemos escritas y avaladas por mentes en bata blanca y parece que nos tranquiliza un universo explicado en números y letras.


Y aquí llego yo, lega total en ciencias, romántica y de letras, pero con mi teoría sobre el enamoramiento enraizada en la más pura, novedosa y abstracta de las ciencias: la física cuántica.


Medio plagiando la frase final de un anuncio de coches, que decía que todo cambio surge a raíz de una pregunta, diré que toda teoría nace como respuesta a un interrogante. El mío fue poco original, y por ende, compartido por bastantes habitantes del planeta tierra: ¿Qué hace que nos enamoremos de una persona en concreto y no de otra que, posiblemente, sería más afín y complementaria a nosotros? Cierto que Pascal lanzó aquello de “el corazón tiene razones que la razón no comprende”, pero yo quiero comprender; no sé… parece que sí entiendo lo que pasa -aunque no pueda cambiarlo- me quedo más tranquila.


Científica de andar por casa, sin bata ni nada, el sujeto-cobaya de mi experimento fui yo en mi hábitat natural, e intenté encontrar alguna respuesta a estos interrogantes:


-¿Por qué me enamoro?
-¿Por qué si el sujeto X reúne mayor cantidad de variables que convienen al sujeto Y (Yo) tiendo históricamente a no enamorarme de X y sí de Z?


Revisé los datos de que disponía viajando en el tiempo hasta mis 16 años y… hallé la respuesta. ¡Eureka! Ahí estaba la causa, tranquilizadoramente científica. No es que yo sea tonta, irracional, o que el humo de la pasión ciegue mis ojos, pero aunque sea todo eso no importa, puesto que nos enamoramos por culpa de la física cuántica. ¿No me creéis? A ver como lo explico mis queridos profanos. Todos, o casi todos hemos oído hablar de las cuerdas temporales, de las puertas de se abren pasando de una dimensión a otra: Stargate (película), Alicia en el País de las Maravillas (literatura, película, y alguna droga que tomaron, cada uno por su lado, Lewis Carroll y Tim Burton), o H.G. Wells (pura imaginación). Ellos contaron y reputados físicos demostraron (en teorías variadas e incompresibles para el común de los mortales) que unas cuerdas (?) se rompen alterando las coordenadas espacio-tiempo abriéndose puertas a otros mundos y existencias que coexisten sin saberlo.


Pienso que en el proceso de enamoramiento se rompen algunas cuerdas y se abre una puerta entre dos desconocidos por la que fluye alguna especie de energía magnética que los impulsa irremisiblemente el uno al otro. Nada puede hacer el cerebro, la lógica, las normas, la experiencia… durante un tiempo indefinido un pasadizo secreto comunica dos corazones y en esa dimensión todo, por absurdo e improbable que parezca, puede pasar.






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